miércoles, 27 de febrero de 2013

Capitalismo y Destrucción


OPINIÓN. Aviso para caminantes. Por Alfredo Rubio
Profesor de Geografía de la Universidad de Málaga


27/02/13. Opinión. Alfredo Rubio expone en esta colaboración con EL OBSERVADOR / www.revistaelobservador.com algunas reflexiones sobre el espíritu o pensamiento destructivo, que tiene que ver “con aquellos que aplican todo tipo de recortes como única senda para un futuro mejor (…) son formas de destrucción de lo existente y de expropiación de los bienes comunes materiales e inmateriales. La idea de destrucción creativa en economía procede de W. Sombart, el sociólogo alemán, y fue popularizada por Schumpeter en su libro “Capitalismo, socialismo y democracia” (1942), para describir el proceso de innovación en el seno de una economía de mercado, donde los nuevos productos destruyen empresas, modelos de negocio y empleos. Se considera la energía o fuerza que hay detrás de un crecimiento económico a largo plazo. Se define como hecho clave o esencial en el capitalismo. Desde esa perspectiva, capitalismo y progreso se confunden. Dudo que nos encontremos ante algún asunto creativo. Más bien “avanzamos” por destrucción de lo existente hacia modelos “brasileños”, “chinos” o de cualquier país donde sea hegemónica la desregulación. Por tanto, avanzamos retrocediendo.

Del pensamiento mágico a los viernes trágicos
http://www.revistaelobservador.com/index.php/opinion/aviso-para-caminantes/7305-del-pensamiento-magico-a-los-viernes-tragicos.html

LA
mayoría de los días hacia las 6:30 de la mañana conecto el transistor. Mientras la cafetera exprés se calienta para hacer su trabajo, se desgrana el rosario de la información cotidiana, que acompaña y acrecienta nuestro miedo. Desde hace mucho tiempo, hasta el punto que queda oscurecido el recuerdo de otros aparentemente mejores, se nos informa del diferencial con el bono alemán; sobre marcha del IBEX y de las bolsas más importantes de Europa y el mundo; de la tasa de paro; del número de familias que carecen de cualquier tipo de ingresos. Se nos “informa” del empobrecimiento general y percibimos el aumento de las desigualdades sociales y otros etcéteras. Se van amontonando las generaciones perdidas, las olvidadas y hasta las inexistentes por invisibles.
ALGO más tarde en el tiempo, comenzó a inundarnos la información sobre una compleja casuística que alcanza desde la irresponsabilidad, por ser suave, a la corrupción: un rey, cazador de elefantes que se hace acompañar bien en sus cacerías africanas; su nieto, que sufrió un accidente aprendiendo a ser cazador; un yerno supuestamente dedicado al expolio de los recursos públicos bajo el manto protector de una ONG (sin ánimo de lucro). Un presidente del Consejo del Poder Judicial que se venía de vez en cuando a Marbella, también bien acompañado, a pasar el fin de semana con cargo a los presupuestos públicos. Tampoco quedan al margen las instituciones empresariales, con el presidente de la CEOE, alguien a quien calificar de empresario era bastante difícil; más tarde, de su vicepresidente. Los ‘EREs’ de Andalucía, que causan vergüenza ajena. Por su parte, cientos de políticos sujetos de causas judiciales por algún tipo de delito; en días cercanos, el asunto de Bárcenas, que aparentemente salpica a toda la cúpula del Partido Popular; los casos de corrupción de algunos partidos catalanes, el espionaje de políticos encargado supuestamente por otros políticos…
A través del transistor, cada mañana, también nos llegan los datos resultantes de la aplicación de estas políticas: recortes que afectan a la infraestructura que justifica el Estado del bienestar, que diferenciaba a Europa de cualesquiera otros lugares. Están afectados más o menos directamente todos los ámbitos de ese estado, por otra parte inacabado en España. Pero, como escribí en el artículo anterior, la tergiversación de las palabras sirve para que la destrucción sea llamada de cualquier manera que oculte su significado verdadero. En cierto modo, también da la impresión, de que gobernantes y oposición ignoran la complejidad del mundo de hoy. Se aplican políticas contradictorias y, cuando no, se miente sobre sus resultados. Hoy mismo se contraponen los datos europeos con los suministrados por el presidente del Gobierno en el reciente discurso sobre el Estado de la Nación. ¿Cuales son los verdaderos?


CRECE el descrédito social de los partidos políticos, que siguen insistiendo en que ellos son (toda) la política. No reconocen, ni pueden por razones obvias, que la política es más amplia y extensa que lo que representan, hacen y no hacen ellos mismos. Su corrupción no es epidérmica y de poco les vale acudir a los miles de concejales a los que no cabe atribuir beneficio alguno en su actividad, lo cual es cierto. Debieran recordar que la corrupción no es sólo económica.
AFECTADA por todo tipo de recortes, la gente sale a la calle para protestar. La indignación afecta a jóvenes, maduros y  ancianos. De todos modos, teniendo en cuenta las dimensiones y profundidad de sus efectos, parecen pocos. Todavía deben quedar depósitos de paciencia. Algunos, pocos pero significativos, carecen de fuerzas suficientes para resistir la presión y se suicidan. Sirven de aldabonazos. Avanza la sensación de desamparo y de ausencia de futuro (mejor). Entre todo esto florece la beneficencia como un nuevo furor. No estoy exactamente en contra de su ejercicio pero, recuerdo, que sirve adecuadamente como sustituta de los derechos.
ESTAS dinámicas se entrelazan hasta desembocar en la tristeza de quienes observamos los hechos. Siento mucho no poder estar alegre. Da la impresión, tengo la impresión, de que estamos inmersos en una gran crisis de todas las instituciones. No hay instituciones ni personalidades de referencia. Se está desmantelando el estado del bienestar; se debilita la democracia y la cohesión social es casi inexistente, ausencia fatal que ha construido el neoliberalismo durante décadas.
NO es fácil comenzar el día con algún optimismo. Pienso en escapar de esa atmósfera tenebrosa. Para que sigamos en ella ya están columnistas, expertos, periodistas, políticos y  sindicalistas. Pero, a estas alturas no es fácil conseguirlo. Multitud de depredadores han conseguido convertir todo esto es un erial maloliente. Un paisaje yermo por el que caminamos sin rumbo y desesperanzados. Probablemente tardaremos décadas en recuperarnos.
EN algún lugar, hace ya algunos meses, se dijo que el Sr. Rajoy, nuestro actual presidente del Gobierno, estaba sorprendido por la escasa aceptación social de sus medidas -a las que denomina o califica de reformas. Me lo creo. Una especie de pensamiento mágico nos invadió hace tiempo. Los políticos de la derecha, apoyados o expandidos por la presión de la extrema derecha, creyeron que con su sola presencia en el gobierno, tras la debacle socialista en las elecciones municipales y autonómicas anteriores, la situación cambiaría en el momento mismo de su toma de posesión. A lo largo de la campaña electoral hicieron propuestas (promesas) que acaso creyeron poder cumplir, aunque esa presunción seguramente poco fundada  nos sirve de bien poco. También es lícito pensar que todo estaba calculado.
SIN embargo, el asunto es ese del pensamiento mágico, tal vez como modalidad del puro pensamiento ideológico. Llegamos al poder político e inmediatamente esto (la crisis) se soluciona. Ese pensamiento fraguó en el imaginario colectivo. Muchos ciudadanos creyeron que así sería. En realidad, la situación quedaba explicada apelando injustamente, en el sentido de ir más allá de lo puramente razonable, a la incapacidad personal de J. L. Rodríguez Zapatero. A partir de esa mezcla de pensamiento mágico, ideología y atribución a los mercados de una naturaleza trascendental -otra forma de fe- cada viernes el Consejo de Ministros ha venido produciendo su cosecha de decretos, donde se desvirtúa la democracia, se conculcan los derechos de los ciudadanos, a los que se atribuye el peso de solventar la crisis casi en exclusiva, se amnistía a los defraudadores fiscales, se tergiversan las palabras y se alimenta la destrucción del futuro.
ALGUNOS que han formado parte de los bancos más directamente implicados en la crisis desempeñan funciones de ministros y se atreven a pontificar. Forman parte de los intercambiables, los que nunca pierden. Pero los mercados persisten en sus presiones. No se cansan de demandar reformas mas profundas. Rajoy anunciaba que “lo que hay que hacer será lo que haga”. Explica que seguirá así todos los viernes, y siguió, aunque ahora anuncia un leve giro. Ni siquiera emite un discurso falso. Se limita a actuar con esa especie de socarronería gallega: “lo que haya que hacer, lo haremos”. Es decir, nos lo aplicarán a casi todos, a la mayoría para ser más exactos. Acabado el pensamiento mágico sólo queda la ideología y, detrás de ella, los intereses más bastardos. Llama cumplir con su deber a su sometimiento a los intereses de una minoría, incumpliendo sus promesas electorales. Actúa como un irredento dirigente totalitario que asume funciones de padre nuestro: “yo se lo que hay que hacer. Lo hago -y haré- por  vuestro bien. De nada os servirá patalear, actitud que me asombra puesto que os conduzco firme y con convicción a la luz”.
ENTONCES recordé un texto de W. Benjamín, tan especial como la mayoría de los suyos,  donde venía a aclarar el carácter destructivo. Lo escribió hacia finales de 1931 y fue publicado en el Frankfurter Zeitung (noviembre). Creo que sirve parcialmente para comprender el sentido de la crisis como destrucción, algo muy lejano de aquello tan citado del capitalismo creativo de Schumpeter. No lo tomo al pié de la letra. Me ha sugerido ciertas ideas sobre la forma de invención y resolución de la crisis para una interpretación más allá del economicismo. Estas sugerencias tienen que ver con aquellos que aplican todo tipo de recortes como única senda para un futuro mejor que, en definitiva, son formas de destrucción de lo existente y de expropiación de los bienes comunes materiales e inmateriales. D. Harvey considera estas expropiaciones como formas de acumulación por desposesión. En cierto modo, como mejor se expresa el carácter destructivo es como disolución de cualquier certidumbre.


LA idea de destrucción creativa en economía procede de W. Sombart, el sociólogo alemán, y fue popularizada por Schumpeter en su libro “Capitalismo, socialismo y democracia” (1942), para describir el proceso de innovación en el seno de una economía de mercado, donde los nuevos productos destruyen empresas, modelos de negocio y empleos. Se considera la energía o fuerza que hay detrás de un crecimiento económico a largo plazo. Se define como hecho clave o esencial en el capitalismo. Desde esa perspectiva, capitalismo y progreso se confunden. Dudo que nos encontremos ante algún asunto creativo. Más bien “avanzamos” por destrucción de lo existente hacia modelos “brasileños”, “chinos” o de cualquier país donde sea hegemónica la desregulación. Por tanto, avanzamos retrocediendo.
LO destructivo es la actividad o actividades que tiene dos sentidos: hacer(se) sitio o hacer sitio a otra cosa. Dicho de otro modo, la actividad propia de lo destructivo es el despejar (W. Benjamín). Tiene la consigna del hacer y, en cierto modo, del hacer liberando.
SE manifiesta de distintos modos. Entre ellos como joven y alegre, “pues destruir rejuvenece, porque quita de en medio del camino las viejas huellas de nuestra propia edad”. No menos, sus actitudes juveniles nacen de su complacencia en la idea de que desprende luz (el futuro será mejor; esto de hoy es sólo el camino necesario para alcanzar lo luminoso). En gran medida, es una actividad contraria al habitar, que consiste en dejar huellas o grafías. Este contenido, que también es una actitud, le permite presentar la destrucción como progreso, avance o modernización. Apela al “se”, es decir, lo abstracto de lo que otros hacen o dicen.  Conoce el valor de esa consigna de la moda: “se lleva”. Siempre está trabajando -o dice hacerlo.
EL carácter destructivo hace su trabajo, pero evita el trabajo creativo. No necesita la soledad de la creación sino la presencia de testigos de la destrucción que produce. Dichos testigos serán ocupados por el miedo o cegados por la luz que desprende el destructor. Sin embargo,  no se oculta. Tergiversa. Se adueña del sentido. Proclama un sentido único y manifiesto que lo posee. De la ausencia de trabajo creativo deducimos sus contenidos reales: destruye pero no ofrece nada a cambio.
BORRA las huellas de lo que destruye; no deja estratos de lo anterior. Si alguien se manifiesta ante él, reivindicando o indicando la bondad de algo de lo destruido o por destruir, le recriminará. Lo nombrará nostálgico pues, en su afán de abrir sendas, todo -y cualquier cosa- carece de valor. Habitar y esconder vienen a significar lo mismo en W. Benjamín: dejar huellas. El carácter destructivo no deja huellas ni memoria. Desaparecen las cosas y la memoria de las cosas. Los testigos de la destrucción quedarán amnésicos. En ese sentido, uno de sus mayores problemas sería una potencial reactivación de la memoria.
SIMPLIFICA lo existente: el mundo se simplifica mucho cuando se examina si es que resulta digno de ser destruido. El carácter destructivo reduce, huye de la complejidad, confirma lo lineal. Mantiene una relación de sospecha respecto de la realidad, aunque la confirma. Si lo que debe ser destruido se examina es porque es digno de ser destruido. De ahí el temor que suscita que dirija su mirada a algún asunto. En cierto modo, la simplificación de lo existente viene a ser uno de los resultados de la imagen apolínea del destructor. Este nunca dará explicaciones ni suficientes ni extensas. Lo suyo es presentarse tal y como se percibe, es decir, como perfección, serenidad y equilibrio.
OBSERVA, sin experimentar alteración alguna, con actitud elegante los inmensos daños colaterales que sus acciones provocan. En ese caso, ordenará la retirada de los escombros resultantes de la destrucción, no sin antes admirar su belleza. A su pesar, la simplificación, cercana al pensamiento mágico, no es capaz de superar  la complejidad de lo existente. Antes o después aflorará.
EL carácter destructivo no está interesado en que lo entiendan. Es más, los esfuerzos que apliquemos en esa dirección le resultan provocativos. Fomenta el malentendido de lo superficial o del ser superficial. Este malentendido le interesa. En ese sentido, hace uso de una retórica estricta, restrictiva y escasa. El carácter destructivo no requiere otra cosa que la confianza misma. Actúa desde y con la seguridad de poseer el sentido y sentirse llamado a la conducción de los humanos y las cosas en coherencia con aquel.
PROBABLEMENTE ésa sea su única condición pues, obviamente, desconfía de la democracia. De lo contrario, como es lógico, confiaría en la deliberación.
EN realidad, escribió Benjamín, “forma parte del frente amplio del tradicionalismo. Unos transmiten las cosas haciéndolas intangibles y conservándolas, mientras otros transmiten las situaciones haciéndolas manejables y liquidándolas. A estos se les llama ‘destructivos’”.
ADEMÁS, el carácter destructivo odia la memoria, siempre capaz de invertir el sentido de los libros escritos por los vencedores y presentados como libros de historia (verdadera). La memoria, con especial énfasis la colectiva, es reivindicativa. Pide la restitución, incluso cuando lo hace desde la suavidad y la fragilidad, sabedora de su débil condición. Pero, también, como dice W. Benjamín, lo destructivo mantiene sospechas sobre ser humano histórico y su “consciencia peculiar”: su desconfianza indomable respecto del curso de las cosas. Siempre tomando nota sobre lo que puede salir mal como si estuviera dotado de una innata “filosofía de la sospecha”. Esa consciencia peculiar se le opone por cuanto “el carácter destructivo es la fiabilidad en cuanto a tal”.
EL espíritu destructivo no percibe nada como duradero. Lo que le permite encontrar caminos por doquier. Donde todos -o muchos-  vemos obstáculos, murallas o, en definitiva, complejidad y vida humana, descubre un camino. Para destruir no siempre usará la fuerza bruta pues ha descubierto el valor de la consigna simplista y su capacidad de seducción.
DETRÁS del pensamiento destructivo está el culto a un dios ignoto: el mercado, es decir, el capitalismo en una fase que aún no somos capaces de comprender. ¿Se descompone? ¿Se recompone y entra en una nueva fase de esplendor?
HUBIERA querido escribir con otro tono, de otras cosas, de cualquier asunto que rezumara felicidad. Tal vez, sobre la serenidad de un jardín, atravesado por el sol, donde los pájaros trinan entre rosales y algunos árboles maravillosamente extraños... Pero este es un verdadero aviso para caminantes: estamos ante la posibilidad de tener que enfrentarnos  a problemas muy difíciles. Uno de ellos pudiera ser la insurrección social.
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